El rostro aciago

De literatura y otras palabras

Es fácil identificarlo. Lo mismo por sus palabras que por sus actos. Camina entre los hombres con la soberbia del ser superior, avalado por el peso de la razón, por la indefectible voz de la experiencia mal entendida y peor interpretada. Es así como dispone, de las vidas y del tiempo, de las esperanzas y del engaño, sumidero pestilente de prejuicios, manipulador de historia y de conciencias. Suele asomarle a los ojos la estremecedora determinación de quien nunca se detiene, nunca se equivoca, siempre adelante, adelante pese a quien pese, orgulloso y condescendiente, rostro amable cuando cree en la victoria cómoda, temible y despótico, gesto fiero si se le ofrece resistencia. No hay paciencia, fe o causa primigenia que no sucumba al poder del miedo, de la ignorancia, del recelo mezquino que suscita la divergencia. No importa el color, la creencia o el signo del pensamiento; el peligro se alimenta…

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